viernes, 29 de enero de 2016

Miénteme otra vez.


Miéteme otra vez. Dime que no me quieres, que no sientes anda. Miénteme mientras tus manos suben ansiosas por mis piernas y se deslizan bajo mi falda, dime que será la última vez. Será la tercera vez esta semana. Dime que no te cuesta un mundo separarte de mí, no besarme, no follarme. Dilo mientras te cuelas entre mis piernas y tu añiento se estrella en la curva de mi cuello. Mientras clavo mis dedos en tu espalda, los talones en tu trasero y gimoteo tu nombre.
Miénteme una vez más, dime que no hay nada entre nosotros, que somo sólo carne, como si no sintiera la ternura en tu mirada o la suavidad en tus caricias. Como si no oyera cómo tiembla tu voz cuando me llamas, cómo palpita tu corazón cuando estoy cerca.
Miénteme, dime que no te importo lo más mínimo, que no me sigues con la mirada, que no me buscas. Miénteme otra vez. Otra. Otra... Miénteme así, empujando, temblando, jadeando... Miénteme con mi nombre entre tus dientes, con tu último aliento. Dime que no se volverá a repetir y luego, tal vez, tengas que volver a mentirme.

miércoles, 27 de enero de 2016

De musas y café frío.


He dado otro sorbo a mi café, ya está frío, pero paso de levantarme a calentarlo, seguro que la musa se me escapa si aparto la vista. Últimamente se fuga a la mínima de cambio, en cuanto me despisto, desaparece y tarda en volver. Todo se resiente, las letras, la vida, todo. Es sombrío, difuso y carente de sentido. Como si funcionara a marchas forzadas. Ella me calma o, tal vez sea esa forma suya de hacerme sacar lo que llevo dentro y no sé expresar de otra manera. El amor, la rabia, el dolor, las ganas... Ella lo hace fácil, lo hace brotar, como si vomitara las emociones en letras y las plasmara en un papel dándoles dorma bonita. Quizá por eso aprendí a que me gustara el café frío.

lunes, 25 de enero de 2016

Buenos días.


Se cuelan los primero rayos de sol por la persiana. Dibujan formas curiosas en tu cuerpo. Tu pelo enrdado, revuelto sobre la almohada y yo en vela desde hace horas, mirándote dormir, pidiendo a mis manos un control que yo no tengo. Las deslizo bajo las mantas, tu cuerpo suave, caliente, se resiente ante el frío de mis dedos. Gruñes bajito y te retuerces, ahora te tengo más a mano. No me entretengo en el camino, sé que, a veces, es divertido, pero ahora no, tengo otro objetivo.
Me deslizo ligera, directa, sin prisa, sin pausa. Última frontera, ese maldito elástico que siempre me frena. La cruzo, sin pensar demasiado, mi cabeza no es buena consejera en estos casos. Te estremeces con la primera caricia y adivino un quejido atascado en el fondo de tu garganta. Estos siendo delicada, apenas las yemas de mis dedos rozando tu masculinidad. Despacio, suave. Te muerdes los labios y acallas un gemido, estás despertando, pero no abres los ojos, me dejas seguir acariciando, tocando, rozando. Te acomodas, no dices nada, sólo se escucha tu respiración agitándose y el leve sonido de mi piel en contacto con la tuya.
Te retuerces, te tensas, lo noto baj mis dedos. Tu excitación crece con la mía. Paro, en seco, preparando mi siguiente movimiento. Rápido y certero, mis braguitas caen al suelo y sólo me abriga tu camiseta. Me subo a ti, a horcajadas, y el sol ilumina los lunares de tu pecho. Mis dedos juegan a unir los puntos, mi cuerpo se balancea, buscándote. No tardamos en encontrarnos, nuestros ojos se cierran y nuestras bocas se abren. Toda mi piel se eriza al contacto con la tuya. Silencio, gemidos, cuerpos chocando... Tú, sólo tú. Tus manos se agarran a mi cintura, me mueves a tu antojo, bailo para ti. Buscamos la unión perfecta y encontramos un error constante. Quizá sólo por la diversión de seguir buscando, de seguir probando. Es un juego que ninguno de los dos quiere terminar. Uno en el que no gana ni pierde ninguno. Tú aceleras, yo freno. No quiero acabar. Se está bien aquí, así, contigo dentro, tocándome, acariciándome, llevándome al cielo... Bajándome al infierno. Te tensas más, aceleras mñas y yo te sigo el ritmo porque ya no puedo hacer otra cosa. No coordino las palabras, no las controlo, no las escucho. Sólo tu respiración y el chasqueo de nuestras pieles. Sólo ese gemido ahogado que luchas por retener.
Mi espalda se curva, tus manos se aprietan en mi cadera. Te siento más dentro, más duro, más... Gruñes. Grito. ¡Oh!
Me derrumbo sobre tu cuerpo al vaivén de nuestras respiraciones aceleradas, al compás de nuestros latidos frenéticos. Me acaricias la espalda con las yemas de los dedos. Un beso entre mis rizos desmadejados. Otro en los labios. Suave, tierno. Un susurro. Buenos días.

viernes, 22 de enero de 2016

De monstruos y otros miedos.




A veces tenemos cosas tan arraigadas, tan dentro, que cuesta un mundo sacarlas, cambiarlas...
Para alguien que no sabe que esas cosas condicionan tu forma de ser y actuar, puede ser complicado entender porqué actúas de esa forma.
Te acostumbras a que la gente se porte contigo de una manera y crees que todos van a hacerlo igual.
Desconfías de quien te trata bien porque crees que tiene algún interés o segundas intenciones, que solo será otro que quiere reírse de ti.
Alejas a la gente que te quiere y te trata bien porque crees que acabarán haciéndote daño. En el fondo sabes que no es así, no en tu cabeza.
Te encierras en una coraza. Nadie entra, nada sale. No te abres, tienes miedo de hacerlo y darles la oportunidad de destruirte. Miedo. Domina tu vida en todos los ámbitos. Miedo de ser tú mismo. Miedo al rechazo, al que dirán, a que se rían, que te hagan daño. Miedo de ser un estorbo, de molestar, de que te traten bien por compasión, por quedar bien, por compromiso. Miedo de ser una puta obra de caridad, la buena acción del año. Miedo de dejar ver lo que hay dentro de ti para que no puedan jugar con ello ni utilizarlo para herirte.
Porque en tu cabeza no vales nada. No sirves para nada. Llevas tanto tiempo creyéndolo que se convierte en tu única realidad. No le importas a nadie, no le interesas a nadie. En ningún sentido. Da igual cuántas veces te digan que no es verdad, cuantas veces te lo demuestren. No puedes creerlo ni verlo. No dejas que nadie te vea de verdad. Llevas una máscara día y noche. Te escondes del mundo en tu rincón, allí nada te hiere.
Esperas siempre el siguiente golpe. Esperas que no duela demasiado. Esperas que sea diferente. Esperas, pero sabes que no será así.
No buscas aprobación, sólo que te dejen pasar, que te ignoren, ser un fantasma, invisible. Intentas no destacar, pasar desapercibido. No crees que nadie pueda fijarse en ti. ¿Cómo van a hacerlo? Nadie vendrá a salvarte y tu solo no puedes. Todas esas cosas te arrastran, te arrasan, de nuevo al fondo, roto, herido, destrozado.
Sigues en tu rincón seguro y, de vez en cuando, lloras. Más a menudo de lo que te gustaría. Tratas de sacar todo lo que llevas dentro. Y, a veces, crees que lo has conseguido. Pero vuelve el miedo, la inseguridad y eso que creías que ya no estaba ahora es más fuerte. Y aprovechas, escondido detrás de un avatar, a desnudarte cuando nadie te lee. Y esperas, esperas que no se vuelva en tu contra.

Escucha.


Siéntate, tranquila. Cierra los ojos y respira despacio. Este es un viaje extraño. Un viaje sin destino ni duración determinada. Un viaje sin moverte del sitio. No hables, no digas nada, sé que suena raro, pero pronto lo entenderás todo.
Deja la mente en blanco, te prometo que no será fácil y, aviso, puede doler. Busca esa vocecita que hace eco dentro de ti. ¿La oyes? Escúchala, es muy sabia. Va a decirte cosas que no te gustarán, ella no es de regalar los oídos ni decirte lo que quieres oír. No, ella no se anda con chiquitas ni remilgos. Ella es sincera, como deberías ser tú contigo misma.
No pidas ayuda, esto tienes que hacerlo sola. La bofetada de realidad duele, pero aprende de ella, te hará mejor. Haz caso a esa vocecita, la muy jodida suele tener razón, aunque, a veces, sus formas de llamar la atención y hablar no son las más adecuadas, pero qué le vamos a hacer...
Tú atiende, escucha, respira y aprende. No hay forma de suavizar el golpe, pero, creeme, esto evitará golpes más fuertes. Ella te guiará, te ayudará, es ese punto luminoso en medio de la oscuridad, la calma cuando acaba la tempestad. O, quizá sea más correcto decir que ella es la tempestad que precede a la calma, esa que llega después de vislumbrar el camino, cuando ya sabes dónde quieres llegar. Puede que no sepas cómo, puede que el camino sea arduo, que tropieces, que caigas, que te pierdas, pero ahora ya sabes cómo encontrarlo de nuevo. Sólo siéntate, cierra los ojos, respira y escucha.

miércoles, 20 de enero de 2016

Volver...


Volver al lugar de ese último abrazo, esas últimas palabras, ese último beso... Hay lugares que siempre tendrán ese aura triste de despedida, de últimas veces. Lugares que despiertan los recuerdos que más duelen, que más pinchan, esos que remueven las cenizas de lo que un día fueron mariposas y llaman a las lágrimas a salir, a rodar libres por las mejillas.
Hay lugares que empapan las pestañas y empañan la mirada, que te hacen volver la vista atrás y pensar en todo lo que pudo pasar, todo lo que pudo ser, todo lo que no fue. Que te hacen buscar los porqués de lo ocurrido, los fallos. Te preguntas qué hiciste mal, si fuiste demasiado... tú.
Hay lugares que remueven cosas, lo remueven todo, como quien rebusca entre las ruinas de un terremoto algo que salvar.
Hay lugares que son catástrofe, desastre, sin supervivientes, en los que sólo se salvan las letras...

lunes, 18 de enero de 2016

Poesía.


Siempre fui de poesía. Desde ese libro de Gloria Fuertes que cogí prestado de la biblioteca del colegio, desde esos poemas marcados en "De todo corazón".
Desde esa rima infantil, fácil, hasta esa métrica compleja de los clásicos.
Siempre fui de esa poesía que nunca supe escribir, de esas métricas, esas clases, esas ¿cómo se llamaba? ¡Bah! Da igual.
Siempre fui de poesía, de esa que sale del alma y no atiende a normas de escritura.
De esa que no sólo se lee, se siente, quizá porque se lea más con el corazón que con la cabeza.
Quizá por eso, siempre fui de poesía.

lunes, 4 de enero de 2016

Lo quiero contigo...


Quiero un baile entre tus brazos, de esos que acaban con los dos desnudos, revoviendo las sábanas. Escribir con mis labios por todo tu cuerpo, no dejar un rincón sin su letra. Leer cada verso de tu piel acariciándola con mis dedos- Y repetir. Releerte.
Quiero una canción de esas que susurras en mis oídos y tocas en la curva de mi espalda. Una de esas danzas malditas en las que acabamos arqueados y temblando. Uno de esos silencios cómodos llenos de respiraciones entrecortadas y latidos acelerados.
Quiero ese descansar en tu pecho después de la batalla entre los cuerpos. Ese aroma a piel y sexo. Quiero esos murmullos, esas caricias, esos dedos tuyos enredados, sin querer, en mi pelo, esas piernas entrelazadas. Quiero ese abrazo adormilado, ese gemido en sueños, ese brazo apretándome más contra tu cuerpo.
Quiero todo. Y lo quiero contigo.

Un café con Sara

Quedé con Vanessa en El Café de la Luz a las cinco. Llevaba semanas hablando con ella, preparando la cita para una de sus próximas visitas...