lunes, 11 de abril de 2016

A golpe de click


No recuerdo cuándo nos conocimos, no recuerdo cuando empezamos a interactuar ni cuándo comenzamos a seguirnos. No recuerdo cuál fue nuestro primer mensaje ni qué nos dijimos. No recuerdo cómo pasó, cómo las palabras traspasaron la pantalla y lo que sólo eran letras se convirtió en palabras, en llamadas interminables que acababan con la oreja ardiendo tanto como el teléfono, en risas acalladas para no despertar a nadie cuando hablabamos a las tantas, en miradas curiosas de quien me rodeaba... No recuerdo cómo pasó, cómo tú, tú, que sólo eras un avatar más, uno de tantos seguidores, de tantos buenos días, de tantas fotos de cafés que nunca tomaríamos... Tú te hiciste un huequito.
No recuerdo cuándo se me fue tanto la olla que decidí que ponernos cara y cuerpo y tacto sería buena idea. Que sería bonito y divertido vernos después de confesar que había algo que revoloteaba en mi estómago cada vez que el LED del teléfono anunciaba un mensaje nuevo, cada vez que tu nombre aparecía en mi pantalla... No recuerdo cuándo me subí a un tren, libr en mano y nervios por todas partes. No recuerdo cuándo me llamé de todo: idiota, loca, tonta, imbécil. ¿Quién te mandará a ti, alma de cántaro...? Cuando te tuve enfrente y se me encogió el estómago, recuerdo que me temblaron las piernas y no sabía ni cómo saludarte. Recuerdo que me pediste un beso. Recuerdo que te pedí tiempo. Recuerdo que hablamos. Que paseamos. Que nos besamos. Que nos tocamos. Que nos despedimos.
No recuerdo cuándo empecé a sentir que algo iba mal. No recuerdo cuándo mi estómago dejó de agitarse cuando el LED se encendía porque sabía que ya no eras tú, ya no serías tú. No recuerdo cuando decidí que sería buena idea buscarte. Unfollow. Block. Se acabó. Igual que empezó. A golpe de click.

viernes, 1 de abril de 2016

Sueños


Abrí los ojos y la vi ahí, de pie, junto a mi cama. Tebía en sus manos un bote de cristal con miles, millones, de lucecitas que brillaban. Algunas con más intensidad que otras, pero todas encendidas. De todos los colores. Revoloteaban por el tarro, chocándose con las paredes de cristal, cayendo al fondo y levantándose, aturdidas. Las miré fijamente, las conocía a todas. Y luego la miré a ella, seria, impertérrita, mirándome de esa forma en que sólo ella me mira. Me encogí en las mantas, segura de lo que iba a hacer, no quería verlo, no podía verlo.
- ¿Ves esto? - murmuró, enseñándome el bote. Y yo asentí, intentando no temblar. No había salvatoria para todas aquellas lucecitas. - Mira lo que hago con ellos.
El tarro se hizo mil añicos contra el suelo, las lucecitas trataban de volar, escapar de su destino, huir del pie que las aplastaba sin que nadie pudiera hacer nadie por evitarlo. Su brillo se apagaba, su voz se reducía a grititos de angustia...
- No, por favor... - sollozaba, tratando de salvar aunque fuera unas pocas, pero ya era tarde. Mis sueños yacían inertes junto a la cama, aplastados, apagados.
Abrí los ojos al sentir una lágrima correr por mi mejilla. Sobre la mesita de noche, un bote de cristal con miles, millones, de lucecitas que brillaban. Algunas con más intensidad que otras, pero todas encendidas. De todos los colores. Revoloteaban por el tarro, chocándose con las paredes de cristal, cayendo al fondo y levantándose, aturdidas. Las miré fijamente, las conocía a todas. Allí estaban, intactas, brillantes, tan vivas como siempre. Sólo había sido un mal sueño.

Un café con Sara

Quedé con Vanessa en El Café de la Luz a las cinco. Llevaba semanas hablando con ella, preparando la cita para una de sus próximas visitas...