Abrió
el grifo sin preocuparse de la temperatura del agua y una cascada de agua fría
les caló de la cabeza a los pies. Deslizó las manos por la camisa de Iván,
desabrochando los botones con toda la habilidad de que era dueña y, dejando
resbalar las manos por su pecho, la dejó caer al suelo de la ducha. Iván subió
con las manos por la cadera de su mujer, subiendo la camiseta, deshaciéndose de
ella que terminaba de desnudarle con una velocidad torpe que la hacía parecer
una niña inexperta. Se echó gel en la mano y comenzó a enjabonarla despacio,
recreándose en cada parte de su cuerpo mientras ella hacía lo propio con el
suyo.
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Házmelo – susurró Marina, tratando de
ser fina.
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¿El qué? – sonrió él, queriendo sacarle
las palabras.
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Eso – rió ella, tratando de mantener la
compostura.
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¿Qué quieres? – casi jadeó en su oído.
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A ti – gimió, al notar la mano fría de
Iván subiendo por el interior de sus muslos – entre mis piernas – jadeó cuando
los dedos expertos de su marido rozaron sus pliegues, aún sensibles – empujando
– se rió – y sudando. ¡Ah! Sigue, sigue – casi gritó.
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Dilo sin rodeos, nena. Quiero que…
-
… me folles contra los azulejos – le
miró con intensidad. – Y que cumplas como buen marido que eres – se rió.
-
Te voy a dar yo a ti buen marido – se
carcajeó, cogiéndola por las nalgas y subiéndola sobre su erección. Marina le
rodeó la cadera con las piernas y se le metió dentro con ayuda de la mano. – Y
te voy a follar contra esa pared – murmuró justo antes de morderle el labio
inferior casi con saña. – Me pone muy caliente oírte hablar así de mal – se rió
contra su cuello.
-
Te pone cachondo – sonrió ella,
mirándole a los ojos.
-
Tú me pones cachondo.