jueves, 21 de julio de 2016

No Llores Por Los Hombres en El Diario de Burgos

Hace unos días me hacían una entrevista en el diario de Burgos para hablar de No llores por los hombres y el reportaje que salió el pasado domingo no podía tener mejor titular. Publicar No llores por los hombres era un sueño que, por fin, he podido cumplir.

UN SUEÑO CUMPLIDO

Ángela Villoria
Consigues lo que siempre has querido, el trabajo de tus sueños y una pareja perfecta, y de la noche a la mañana, tienes que empezar de cero otra vez. Esta es la historia de Sara, una joven a la que toda su vida deensueño se le va al garete y el argumento de No llores por los hombres, la primera novela de Vanessa Hernando.
Lo que comenzó como una afición para una niña de tan solo ocho años, se ha convertido en una realidad. La joven mirandesa Vanessa Hernando ha sacado a la venta su primera novela romántica del géro 'chick lit', más conocido como literatura para chicas.
No es lo primero que publica. Con 20 años se empezaba a dar aconocer en una  plataforma online gratuita donde divulgaba su primer relato y reconoce que antes de escribir No llores por los hombres estaba con otro libro. Y es que la idea de escribir esta novela llegó por casualidades del destino. "Entré en una tienda y vi una libreta en la que ponía 'No llores por los hombres o se te estropeará el maquillaje'. Fue como que me llamó y me dijo, aquí tienes que escribir la historia de Sara", afirma Hernando. También ha querido salirse un poco de lo establecido, de la línea de este tipo de literatura en la que una chica inocente se enamora de un hombre rico y perfecto, queriendo transmitir a sus lectores "la búsqueda de uno mismo ya que a veces lo que quieres y lo que tienes planteado no es lo que la vida te da y tienes que buscar alternativas, es decir, encontrar el equilibrio entre o que tienes y lo que necesitas".
Los personajes que aparecen son "muy reales", personas que puedes encontrar en la calle, y lo mismo ocurre con las situaciones que se van desarrollando en la novela. El libro está destinado a un público femenino joven-adulto ya que contiene "un poco de contenido erótico porque como dice una amiga mía, en la vida hay sexo y en los libros también", resalta. Antes de su publicación, tan solo su mejor amiga ha leído la novela, y ademñas fue ella qien le animó a publicarlo. A parte de escribir novelas, Vanessa Hernando escribe relatos cortos, en un blog (miranda-falls.blogspot.com.es) y se considera bastante adicta a Twitter donde escribe diariamente pequeños microrrelatos en su perfil @MFallsWriter . No llores por los hombres se puede adquirir ya digitalmente y en papel estará disponible la próxima semana*.
La joven tiene otro proyecto en mente en el que ya está desarrollando los personajes y borradores de escenas e ideas que pueden aparecer en su próxima novela.

* Finalmente, la edición en papel de No llores por los hombres se ha retrasado, os mantendré informados de su lanzamiento.

martes, 5 de julio de 2016

Ya pasó todo

Llevo semanas preparando esta cita. Nuestro primer aniversario. He reservado en tu restaurante favorito, he comprado un conjunto de ropa interior que me ha costado una pequeña fortuna, pero te va encantar, lo sé, lástima que no vaya a sobrevivir a esta noche. También he comprado un vestido de los que te gustan, negro, con un escote de vértigo en la espalda, lleno de paillettes y sin cremallera. Otra pequeña fortuna, pero me sienta tan bien, me siento muy sexy y me muero de ganas de ver cómo tus ojos recorren mis piernas desde las sandalias de tacón hasta el borde del vestido. Parecen kilométricas. Me he esforzado en taparme la ojeras y me he rizado el pelo, como te gusta. Lo tengo todo calculado al milímetro. He dejado preparado mi pequeño apartamento para después de la cena. He puesto velas en el dormitorio, un cedé con música suave, las sábanas limpias y un par de sorpresas.
Llego puntual, pero tú no estás. Le pregunto al maître, dice que aún no has llegado y me acompaña a una mesa. Aparecen veinte minutos tarde, resoplando y aflojándo el nudo de tu corbata. Vienes directo del despacho, maldiciendo, cabreado. Ni siquiera me das un beso y yo me hundo un poco, pero me recuerdo que no puedo hacerlo, es nuestra noche y vamos a disfrutarla. Pasas un cuarto de hora contándome las idas y venidas de la oficina y finjo que te escucho, que me importa, aunque en realidad sólo asiento y sonrío. Me miras mal y me echas en cara que te ignoro. No sé muy bien cómo, pero consigo resumir todo lo que has dicho.Tus hombros se relajan y te escondes detrás de la carta fingiendo que no sabes qué vas a tomar, podría recitárselo yo misma al camarero. Tartar de atún, ensalada templada de gulas, y tiramisú. Para mí una capresse sin aliño y con poco queso, no quiero engordar. Me lanzas una mirada asesina cuando paso a la página de los postres dispuesta a pedir algo, no pasa nada por una noche, pero me reprimo y sonrío entregando la carta al chico que nos atiende. Es jóven, unos treinta años, tiene los ojos azul intenso y su piel es suave, lo sé porque me ha rozado al darle la carta. Pones mala cara y me excuso, sólo quería ser educada.
Evito mirar al camarero cuando vuelve con los platos, me concentro en el entramado del mantel. Veo por el rabillo del ojo cómo asientes mientras te enseña la botella de vino que has elegido y la pruebas. El chico se aleja y doy un sorbo a mi copa de agua.
- Estás muy guapa - sonríes.
- Gracias - sonrío. Y alabo tu traje, sé que es nuevo porque hoy tenías una reunión muy importante y siempre estrenas traje en las reuniones importantes. Llevas el alfiler de corbata que te regalo tu madre por Navidad. Y los gemelos de tu padre. Nunca te pones los que te regalé yo, parece que no te gustaran.
Gimes de gusto cuando das el primer bocado. Ese restaurante es siempre un acierto. La botella de vino se acaba, yo apenas he tocado el agua y alargo mi ensalada. Noto que el camarero me mira con pena, pero me da igual, así está bien. Te tomas tu tiempo con el postre y yo miro de reojo deseando que me des a probar, pero tu plato se vacía y esta vez tampoco he podido hacerlo. Pides la cuenta y rebusco el monedero, pero dejas la VISA en el platito y niegas con la cabeza, así que me excuso y me levanto para ir al aseo antes de marcharnos. Noto tu mirada quemarme la piel desnuda que deja el escote del vestido y se me encoge el estómago. No es la reacción que esperaba.
Cuando vuelvo a la mesa te quitas la chaqueta y me la echas por los hombros, me agarras del codo, fuerte, me haces daño, y gruñes entre dientes que cómo se me ocurre ponerme ese vestido.
- Todo el mundo te mira - farfullas y yo me cubro, avergonzada. Lo dices por mi bien, lo sé, voy rpovocando y algún día tendremos una desgracia.
Casi me empujas dentro del coche, aprietas la mandíbula, estás cabreado. Repito mil veces que lo siento, que no volverá a pasar, que tiraré el vestido a la basura. Respiras aliviado y me miras con ternura, posando una mano en mi rodilla. Vuelves la vista a la carretera y reconozco el camino a tu casa. Quiero hablar y decir que vayamos a la mía, pero ya estamos lejos y se ha hecho tarde. Además, tu mano ha subido unos centímetros y se ha colado bajo la tela del vestido, casi roza el encaje del tanga. Te miro de reojo y reconozco tu sonrisa lasciva, bajo la vista y veo el bulto bajo tus pantalones. Me humedezco por instinto y subes un par de centímetros más.
Cuando entramos en tu piso el vestido vuela por los aires y el tanga se convierte en un girón de tela en el suelo de tu salón. Juro que me duele oír cómo se rompe. Me devoras la boca con tanto ansia que no presto atención a nada más. Sacas mis pechos del sujetador y los amasas a manos llenas. Aprieto los muslos, impaciente. Bajas mordiendo mi mandíbula, el cuello, hasta llegar al pezón. Duele, joder, pero no me quejo, no puedo. Una de tus manos se ha colado entre mis piernas y acaricia mis labios, abriéndolos. Cuelas un dedo dentro de mí. Otro. Me haces daño, pero sólo gimo.
Aún no sé cómo hemos llegado al dormitorio.Has lanzado tu ropa por el pasillo y estoy tirada en la cama, con las piernas abiertas, el sujetador mal puesto y los ojos cerrados. Te cuelas de una estocada, gruñendo. Ni siquiera esperas que me acostumbre a la invasión. Sólo empujas, fuerte. Me tenso y trato de concentrarme en disfrutar, pero sólo sé que duele. Cada empellón es como una puñalada. Mi cuerpo menudo rebota en la cama cada vez que entras en él. Intento tocarte, hacer que frenes, pero no me sale la voz y has sujetado mis manos por encima de la cabeza. Aprietas mis muñecas con una de tus manazas y la otra me agarra del cuello con una leve presión. Aceleras los movimientos, siento que me rompo, me desgarro. Duele. Joder. Duele. Sollozo y vuelvo la cara, pero me obligas a mirarte. Tu expresión de éxtasis cuando explotas es como una bofetadas. Me llenas de líquido caliente y das dos empujones más antes de salir. Quiero irme corriendo, pero te desplomas sobre mí, no puedo moverme. Me besas con ansia y, cogiéndome de la mandíbula, me miras fijamente a los ojos.
- Esto es mío - gruñes. - No quiero que nadie más lo mire.
Desapareces en el baño y yo me hago un ovillo. Cuento con los dedos y rezo. Joder, ¿por qué no te has puesto un condón?
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Duele. Me retuerzo de dolor. Hace media hora que te he llamado. He roto aguas, joder. Noto cómo su cabecita empuja, pero me has pedido que no llame a la ambulancia, has dicho que llegabas enseguida y que limpiase lo que se había manchado. Ni siquiera he llamado a mi madre. Entras como un huracán y haces inventario. No me dices hola, no preguntas ¿qué tal?, sólo miras que esté todo limpio y recogido antes de bajar al coche y llevarme al hospital.
Me llevan a una habitación y dices que bajas a comer algo. Murmuras que te he sacado de una reunión, que soy una inútil inoportuna, pero finjo que no te oígo. La enfermera también hace como si nada. Me ofrece un vaso de agua y dice que hay que esperar. Y espero. Una hora. Dos. Tres. Duele. Me llevan a una sala que huele a desinfectante y me colocan en una máquina de tortura. Pregunto por ti, nadie sabe dónde estás. De repente, deja de doler. Escucho voces que me dien que respire, que empuje, que ya sale, ya veo la cabeza, un pequeño empujón y saldrán los hombros. La oigo llorar. Es preciosa, diminuta y llena de sangre. Salen a buscarte, pero no apareces. Tardas cuatro horas en hacer acto de presencia en el hospital.
- ¿Dónde estabas? - murmuro, para no despertar a la niña.
- A ti qué te importa.
Me encojo, hueles a alcohol y te acercas a la cuna de mi pequeña. Quiero impedirlo cogiéndote del brazo, pero me apartas de un manotazo y te inclinas sobre la cuna. Sólo rezo porque no le vomites encima. La miras con asco y veo una de tus manazas acercarse a su cabezita. Salto de la cama y llego antes de que la toques, pero me empujas y caigo contra la pared. Acaricias su carita con delicadeza y me miras con repulsión.
- ¿Cómo puede salir algo tan bonito de una puta como tú? - gruñes. Y la enfermera que entraba en la habitación sale sin mediar palabra, con la cabeza gacha. Veo el desprecio en tu mirada, sigues sin creerte que nadie me toca, nadie más que tú.
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 Mi madre ha venido a vernos, le he dicho que tendrá que irse antes de que vuelvas, que estás muy cansado y estresado y no soportas las visitas. Dice que tengo mala cara y estoy más delgada, debería verme sin maquillar y con menos ropa. He conseguido disimular muy bien los moratones, llevo el cuello tapado con un pañuelo y un jersey gordo para que no vea cómo se me marcan las costillas. Me tomo el antibiótico en la cocina y vuelvo con el café. Me quejo un poco al sentarme y me mira interrogante. Le digo que me tiran los puntos porque no puedo contarle la verdad. No puedo decirle que anoche volviste borracho y me follaste. Después miraste con asco las sábanas llenas de sangre y fuiste a lavarte mientras yo las lavaba y rezaba por parar de sangrar o por no parar y morirme.
Estoy preocupada porque no me sube la leche. Mi madre dice que es normal, que soy primeriza, estoy nerviosa y que, cuando me relaje, todo fluirá, pero no quiero coger a la niña y es ella quien tiene que darle el biberón. Miro el reloj y la apremio a marcharse, llegarás enseguida. Lo recojo todo antes de que entres por la puerta. Me encuentras preparando la cena, pero no te acercas. Saludas a la niña, que duerme despreocupada en su cunita y, después, entras en la cocina como un elefante en una cacharrería. Me coges de la cara y preguntas qué hago maquillada y vestida. Miento. Te digo que he ido a dar un paseo con la niña y me das una bofetada. Te marchas dando un portazo y juro que respiro al pensar que puede que no vuelvas esa noche.
Me acuesto en mi lado de la cama, bien al borde, sin dejar de mirar la cuna de la niña. No puedo dormir. El estómago se me encoge cuando oigo que tanteas la cerradura y consigues abrir. Cierras de golpe y te tambaleas hasta el dormitorio. Una lamparita se cae por el camino. Entras en la habitación golpeando la puerta contra la pared. La niña se despierta, llora, y tu te inclinas sobre la cuna, gritando.
- ¡Cállate, hija de puta!
Sólo reacciono cuando te veo con un cojín en las manos. Te veo las intenciones. Te empujo y grito que te alejes de mi niña, pero me das un manotzo que hace que me caiga y me golpee la cabeza. Cuando recupero el conocimiento no estás y la niña no llora. Me acerco asustada a la cuna. No se mueve. Me agacho sobre ella. No respira. Está fría. No respira. El dolor no me deja gritar. Aprieto su cuerpecito y tanteo sobre la mesita hasta dar con el teléfono.
- Ha matado a mi niña - es todo lo que acierto a decir.
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Estoy acurrucada en la cama. Las sábanas blancas. Las paredes blancas. Voces y ruido de pasos. Hay una mujer sentada en una silla junto a mi cama y un tubo que va de mi brazo a una bolsa llena de un líquido que, dicen, me calmará el dolor. Pero nada me calma. No deja de doler. Intento alcanzar la ruleta que sube la dosis, pero la mujer me para y aleja el gotero.
- Quiero morirme - murmuro.
Reconozco a mis padres a pesar de que tengan la cara descompuesta. No quiero mirarles. Soy una vergüenza que ni siquiera es capaz de cuidar de sí misma. He matado a mi niña, me repito.
- Nadie te culpa - dicen todos.
Mi madre se sienta al borde de la cama y me acaricia el pelo. Mi padre habla con la mujer, es enfermera, que va a llamar al médico. La doctora es una mujer de unos cincuenta, con el pelo rojizo y la cara rechoncha. No se anda con rodeos. Veo a mi padre caer en la silla, con la cara entre las manos. Mi madre hunde la cabeza en mi regazo y me pide perdón. La doctora sigue hablando. Se abre la puerta. Reconozco tu olor aunque no pueda verte. Mi padre se abalanza sobre ti hecho una furia, te agarra del cuello, estampándote contra la pared.
- Hijo de puta. Maldito hijo de puta - brama cuando los de seguridad le apartan de ti. Os arrastran a cada uno en diferente dirección y dicen que vendrá la policía, que te detendrán y nos tomarán declaración.
La doctora se agacha frente a mí y dice que no tenga miedo, que ya pasó todo. Y a mí me gustaría creerlo.
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Llevo semanas preparando esta cita. Nuestro primer aniversario. He reservado en tu restaurante favorito, he comprado un conjunto de ropa interior que me ha costado una pequeña fortuna, pero te va encantar, lo sé, lástima que no vaya a sobrevivir a esta noche. También he comprado un vestido de los que te gustan. Otra pequeña fortuna, pero me sienta tan bien, me siento muy sexy y me muero de ganas de ver cómo tus ojos recorren mis piernas desde las sandalias de tacón hasta el borde del vestido. Parecen kilométricas. Me he esforzado en taparme la ojeras y me he rizado el pelo, como te gusta. Lo tengo todo calculado al milímetro. He dejado preparado mi pequeño apartamente para después de la cena. He puesto velas en el dormitorio, un cedé con música suave, las sábanas limpias y un par de sorpresas.
Llego puntual y me estás esperando en la puerta. Me encojo un poco cuando colocas una mano al final de mi espalda antes de darme un ligero beso en los labios. Retiras la silla y dejas que me siente primero. Repasas la carta, aunque ya sabes qué vas a tomar. Le pides al camarero una botella de vino blanco, mi favorito, y dos cucharillas para el postre. Sonríes, me preguntas qué tal el día, qué me ha dicho el médico y cómo ha ido la visita a mis padres. Te cuento que he quedado con unas amigas cuando he salido de la consulta y hemos ido a tomar algo. La botella de vino se acaba y pides otra. Llega el postre y me cedes la primera cucharada, es tarta selva negra. Me quejo de que irá directa a mis cartucherasy bromeas. Pides la cuenta y busco el monedero en el bolso, pero dejas la VISA sobre el platito y me excuso para ir al aseo antes de marcharnos. Me sigues con la mirada y casi puedo ver tu sonrisa a mi espalda.
Subimos al coche y murmuras que te encanta cómo todo el mundo me miraba cuando el vestido bailaba alrededor de mis caderas. Pones rumbo a mi casa, con la vista en la carretera y una mano en mi rodilla que sube a cada poco y acaba pegada al encaje de mi ropa interior. Entramos besándonos, desnudándonos. Me encojo cuando me tocas entre las piernas y susurras que me calme, que no me harás daño. Me tumbas despacio en la cama, haciéndote un hueco con una rodilla mientras te colocas un condón y me pides permiso antes de colarte en mi interior. Asiento no muy convencida, pero entras con delicadeza y te quedas quieto hasta que me acomodo a tu alrededor. Te mueves despacio, sin dejar de mirarme, de tocarme, de besarme... Y, cuando me voy, contigo palpitando dentro de mí, sonrío. Ya pasó todo.

lunes, 4 de julio de 2016

(In)Segura

Llevaba una camiseta que había vivido tiempos mejores, de esas que relegamos al cajón de la ropa de dormir. Me había hecho un moño que sería la envidia del nido de cigüeña más perfecto. Y mejor no decir nada de mi ropa interior. No se me ocurrió pensar que sería él quien llamaba a mi puerta. Me empujó en cuanto abrí la puerta, atrapándome entre su cuerpo y la pared, deslizando la nariz por mi cuello y las manos por mis muslos desnudos. Jadeó en mi oído, besó cada centímetro de piel hasta llegar a mi boca para devorarla y yo sólo podía pensar en que llevaba las bragas más horrendas del mundo y no quería que las viera.
Sus manos siguieron subiendo bajo mi camiseta, amasando mis pechos por debajo de la tela ajada. Clavó los dientes en mi labio inferior. Gimió de gusto y yo me removí nerviosa cuando agarró el borde de mi camiseta y tiró de ella hacia arriba. Se apartó, mirándome, agaché la cabeza, observando mis pies descalzos, las uñas descascarilladas, fijándome en los blancas que tenía las piernas y en el repaso que necesitaba mi depilación.
Se agachó frente a mí, quería verme la cara. Se hirguió y yo levanté la cabeza para mirarle. Joder, qué guapo era, siempre tan perfecto. Me mordí el labio para que no temblara. La cabeza, a veces, funciona en su propia onda. De repente sólo podía pensar en las estrías que surcaban mi vientre y el granito inoportuno que había aparecido en mi cara; en que podía haber avisado para, al menos, haberme adecentado un poco.
Torció una sonrisa y se alejó de mí para acercarse a la cafetera. Sacó una taza más del armario sirvió dos cafés con leche largos y cargados. Se subió a la encimera y me llamó al hueco que quedaba entre sus piernas, abrazándome y hundiendo los labios en la maraña de pelo que coronaba mi cabeza antes de enredar sus dedos en el coletero y tirar de él, dejando mis rizos sueltos y desmadejados. Me acurruqué contra su pecho y él aprovechó para sobarme el trasero y dejar caer al suelo mi ropa interior. Subió las manos por mi espalda y, cuando quise darme cuenta, la tela raída pasaba entre nosotros y volaba hacia la otra punta de la cocina. Y allí, desnuda entre sus brazos, olvidé que aún tenía marcas de la almohada en las mejillas, que el tiempo había dibujado surcos alrededor de mi ombligo y que debía hacerme la pedicura. Porque allí, entre sus brazos, me sentía la mujer más segura del mundo.

Un café con Sara

Quedé con Vanessa en El Café de la Luz a las cinco. Llevaba semanas hablando con ella, preparando la cita para una de sus próximas visitas...