viernes, 24 de noviembre de 2017

Un café con Sara

Quedé con Vanessa en El Café de la Luz a las cinco. Llevaba semanas hablando con ella, preparando la cita para una de sus próximas visitas a Madrid. Estaba tan emocionada que había vaciado el armario encima de la cama, el baño parecía un Sephora y, después de diez cambios, aún no había decidido qué ponerme. —Tranquila – me dijo en un wassap, - yo voy en vaqueros y camiseta. Pero no me tranquilicé. Mis vaqueros favoritos habían encogido un poco después del fin de semana de comilonas que nos habíamos dado por el aniversario de Álex y Rober, el cumpleaños de Gonzalo… Madre mía, iba a ser un desastre. Si Rober me oyera me daría un bofetón mental con una de esas frases suyas que siempre consiguen animarte y hacerte pensar, pero no estaba y no podía oírme y yo estaba entrando en crisis porque quedaba media hora para la reunión y aún no me había decidido por un modelito. Cuando llegué, Vanessa estaba sentada en uno de los sillones junto al ventanal, concentrada en su libreta. El boli se movía tan rápido que me dio pena acercarme e interrumpirla así que me acerqué a la barra y pedí un café con leche y esperé a que levantase la vista del papel para ir a sentarme frente a ella. Verla escribir daba paz y a la vez ganas de saber quién sería el protagonista de su nueva historia, si sería como la mía con Gonzalo, si también habría un Jorge… Pero no pregunté, uno no pregunta a una escritora por sus proyectos, tienes que dejar que te los cuente ella. Me sentía acobardada, ¿qué hacía yo sentada frente a una escritora que ya tenía un libro mientras yo guardaba mis proyectos en el cajón de la mesilla? Además estaba cortada, con lo lanzada que había sido para decirle de quedar y ahora… no me salían las palabras. —¿Qué tal? – me atreví a preguntar. —Bien – contestó con la boquita pequeña, no la esperaba tan vergonzosa, por wassap no lo parecía. – Esto es más fácil por teléfono – sonrió tímidamente. —Si te sirve de consuelo, yo estoy igual – di un sorbo a mi café y rebusqué en mi cabeza la lista mental de preguntas que quería hacerle, pero sólo se me ocurrió decirle – ¿llevas mucho esperando? —Ah, no, estaba escribiendo, no te preocupes. A ver si consigo encauzar el proyecto nueve, me trae de cabeza. —¿Bloqueada? —¡No! Gracias a Dios, no. Ya me pasó con el anterior, tuve que aparcarlo porque no había forma y ahora sus personajes no dejan de llamar mi atención y darme ideas para que vuelva, pero no quiero, quiero centrarme en este y en la documentación del siguiente… A veces creo que me voy a volver loca, si no lo estoy ya. Hablar con gente que sólo existe en tu cabeza es de chiflados, ¿no? —Un poco, pero creo que os pasa a todos los escritores – me reí. – No me cuentes nada vital pero, el proyecto nuevo ¿de qué va? ¿Se parece a mi historia? —Uhm... – dio un trago a su café. – Sí y no. Quiero decir, es una historia romántica, pero hasta ahí las similitudes. —¿Y el siguiente? ¿Cómo puedes llevar dos historias a la vez? —¡No puedo! – se rió. – Sólo escribo una, pero me voy documentando y tomando notas de la siguiente, cuando acabe con una, me pondré con la otra. Si no sí que me volvería loca del todo. —Vaya… Pero supongo que será difícil escribir algo con otros personajes en mente, ¿no? —Un poco, intento dejarles apartados, hacerles callar de alguna manera, o hacer sobresalir a los que necesito con música para que “hablen” más alto que el resto. Además no son sólo los futuros, no veas lo que cuesta soltaros del todo, siempre dejáis un cachito de vosotros dentro de mí. —Y tú dentro nuestro, no creas, a veces pienso que hay algo por ahí dentro que nos une. —Creo que imposible no dejar una parte del autor en el personaje, aunque sea pequeñita, eso no significa que la historia sea autobiográfica, de ser así, mis historias serían bastante aburridas, pero de alguna forma, parte de la personalidad del autor se cuela en los protagonistas. Creo que tiene que ver un poco con que viváis dentro de mi cabeza. —Eso sí que ha sonado un poco a chiflada – me reí. —Lo sé, por eso no se lo digo a casi nadie, no quiero que me tomen por loca. Aunque ya lo decía el sombrerero, las mejores personas lo están. —Además de verdad. Un poco de locura nunca está mal. Si no, no habría vivido esa aventura… —Creo que los GinTonic también tuvieron algo que ver… —¡Para que luego digan que las ensaladas son buenas! – me carcajeé. —Bueno, bueno, toda la culpa no es del alcohol… Álex puso algo de su parte. —Puso a Jorge en mi camino. Y, ¿sabes qué? No me arrepiento de nada. De lo único que hay que arrepentirse es de lo que no hacemos. Todo lo demás nos lleva al punto donde estamos, nos ayuda a crecer, a evolucionar… —Qué sabia eres a veces, Sara. —Creo que eso lo heredé de ti. Junto con alguna que otra cosilla… —El gusto por la moda, el maquillaje, algún que otro complejo… Apuesto a que has pasado un buen rato eligiendo qué ponerte, ¿me equivoco? —Mi cama parece un mercadillo, pero ya sabes: “todas las mujeres tenemos un armario lleno de nada que ponernos”. —Y tener una talla grande no está reñido con tener estilo ni vestir bien. ¿Todavía tienes ese vestido fucsia? —¡Claro! Lo tengo en el trastero en una caja, pero pienso vengarme de Nerea y ese vestido será mi arma. —¡Eso no me lo pierdo! Bueno… ¿Qué tal todos? —Bien, más o menos. Álex y Rober han pasado una pequeña crisis y me fastidia no haberme dado cuenta, estaba demasiado centrada en mis problemas y no vi que ellos no estaban en su mejor momento. Aunque en el fondo creo que les ayudó, necesitaban salir de esa rutina que se habían autoimpuesto, todos los viernes afterwork, los sábados al teatro, los domingos al centro comercial… Eso no es sano, lo sé por experiencia. —¿Sabes algo de Héctor? —No. Y la verdad es que me da igual. Me crucé un día con él por la calle, le saludé por educación y no sé si me lo devolvió, no le guardo rencor. Con el tiempo aprendes que hay cosas que es mejor que se rompan del todo que seguir remendándolas, duele, pero al menos sabes que llegará el momento en que dejen de hacerlo. Si seguíamos poniendo parches a lo nuestro acabaríamos por hacernos polvo y no merece la pena. —Eso no sé si lo has heredado de mí… —Créeme, sí, todo esto lo llevas tú dentro y nos lo traspasas a nosotros, eres nuestra voz, nuestra conciencia… Sin ti no existiríamos. —Calla, que me vas a hacer llorar… —¡Pues llora! Es liberador. A veces es necesario, no lo seas tanto como yo, pero sácalo fuera que dentro se enquista. —Es que tú eres una Drama Queen. —Sólo un poco – me reí y vi como buscaba en su memoria algún ejemplo. – No, no me digas nada, que ya lo sé. Soy muy melodramática, me crié viendo telenovelas. —Y lees demasiada novela romántica. —De eso no puedes quejarte. —Para nada. Yo encantada. Hay que leer. ¿No te animas a publicar esas cositas que tienes escondidas? —Me da vergüenza. Quizá no sean tan buenas como pienso. —Eso me pasaba a mí, pero mira, cuando tuve por primera vez “No llores por los hombres” en la mano casi lloro, me sentí muy realizada. Y después he recibido muy buenas críticas, aún no me acostumbro a que alguien que no conozco de nada me hable para decirme que le ha encantado tu historia, que se ha identificado con alguno de los personajes… Si no te atreves a lanzarte a publicar el libro, hazlo en un blog o alguna plataforma para escritores, pero no lo dejes, si es lo que te gusta y lo que quieres, escribe. Es el mejor consejo que puedo darte. Miró el reloj y apuró su café antes de despedirse con un abrazo y dos besos. Pensé que nos costaría más soltarnos y hablar, pero casi tienen que sacarnos de allí arrastras. Estábamos tan a gusto que nos daba pena dejarlo, pero habría otra ocasión. Muchas más ocasiones…

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