lunes, 21 de marzo de 2016

Ya no se escriben cartas de amor.


Me siento en mi escritorio y escojo mi bolígrafo favorito, ese que sólo utilizo para los textos especiales. Preparo un taco de folios en blanco y esa guía que llevo utiliando desde que iba a la universidad y me servía para no torcerme cuando pasaba los apuntes a limpio. Respiro hondo, doy un sorbo al té humeante y dejo fluir las palabras. Pienso en ti. En la forma en que me das los buenos días,acabando siempre con ese icono que lanza un beso con corazón. En la forma en que me haces sonreír con una simple palabra. Pienso en cómo me miras, en cómo me rozas casualmente, como sin querer. Pienso en lo bonito que es sentir las mariposas revoloteando por todo el cuerpo porque el estómago se les ha quedado pequeño. Pienso en lo extraños que son los días que no te veo, en lo que te echo de menos a pesar de pasarnos horas hablando.
El bolígrafo camina solo, no pienso en lo que escribo, sólo lo hago. La tinta azul dibuja trazos precisos, letras pequeñas y redondeadas que no son sino una colección de eufemismos para decirte que no hay día que mi corazón no se salte un latido cada vez que me diriges la palabra; que mi respiración se acelera cuando te tengo cerca y hasta el estómago se me encoge cuando me abrazas. Doy mil rodeos para no decirte directamente que siento tantas cosas que no sé ponerles nombre y que me muero de miedo sólo de pensar que puedas darte cuenta de ello antes de que pueda ponerlas en orden. Porque no puedo, no sé decirlo, no sé si quiero. Y tengo miedo. Y llámame cobarde, pero ya malgasté muchos "te quiero" y este es tan grande que temo soltarlo a destiempo.
Creo que desvarío, le he dado tantas vueltas al tema para no enfrentarlo que he caído en una espiral de palabras que dicen todo y no dicen nada. Espero que lo entiendas. No es fácil ponerle letras a algo tan grande que no tiene definición. Deberían inventarle un nombre a todo esto, algo nunca dicho, nunca escrito. Deberían para que pudiera decírtelo. Para que pudieras entenderlo. Y sigo escribiendo. Y creo que ya te lo he dicho todo. Y creo que me falta mucho por decir.
Doblo la hoja en cuatro partes y la meto en un sobre que lleva tu nombre y el mío. Lo cierro con cuidado y lo sostengo entre las manos. Ahí dentro van más que palabras. Siento que pesa mucho, demasiado para ponerle un sello y echarlo a un buzón. Respiro hondo, del té ya no sale humo, sólo es un líquido frío y ambarino que no me aclara las ideas.
- Hola. ¿Qué tal?
Te dejo el mensaje en el wassap. El sobre me mira desde el cajón donde lo he lanzado.. Doble check azul. Cierro el cajón, el sobre se queja.
- Bien. ¿Y tú?
Y volvemos a la rutina de escribirnos cada día con letras sin forma, letras sin alma. Porque ya... Ya no se escriben cartas de amor.

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