viernes, 1 de abril de 2016

Sueños


Abrí los ojos y la vi ahí, de pie, junto a mi cama. Tebía en sus manos un bote de cristal con miles, millones, de lucecitas que brillaban. Algunas con más intensidad que otras, pero todas encendidas. De todos los colores. Revoloteaban por el tarro, chocándose con las paredes de cristal, cayendo al fondo y levantándose, aturdidas. Las miré fijamente, las conocía a todas. Y luego la miré a ella, seria, impertérrita, mirándome de esa forma en que sólo ella me mira. Me encogí en las mantas, segura de lo que iba a hacer, no quería verlo, no podía verlo.
- ¿Ves esto? - murmuró, enseñándome el bote. Y yo asentí, intentando no temblar. No había salvatoria para todas aquellas lucecitas. - Mira lo que hago con ellos.
El tarro se hizo mil añicos contra el suelo, las lucecitas trataban de volar, escapar de su destino, huir del pie que las aplastaba sin que nadie pudiera hacer nadie por evitarlo. Su brillo se apagaba, su voz se reducía a grititos de angustia...
- No, por favor... - sollozaba, tratando de salvar aunque fuera unas pocas, pero ya era tarde. Mis sueños yacían inertes junto a la cama, aplastados, apagados.
Abrí los ojos al sentir una lágrima correr por mi mejilla. Sobre la mesita de noche, un bote de cristal con miles, millones, de lucecitas que brillaban. Algunas con más intensidad que otras, pero todas encendidas. De todos los colores. Revoloteaban por el tarro, chocándose con las paredes de cristal, cayendo al fondo y levantándose, aturdidas. Las miré fijamente, las conocía a todas. Allí estaban, intactas, brillantes, tan vivas como siempre. Sólo había sido un mal sueño.

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