viernes, 18 de marzo de 2016

Soñar contigo.




Anoche soñé contigo. Nos veíamos a lo lejos, sonreíamos mientras nos acercábamos y nos fundíamos en un abrazo reparador, de esos que curan todos los males. Charlábamos, caminábamos, tomábamos algo… Recuperábamos el tiempo perdido. Te miraba a los ojos y seguía fascinándome tu mirada, luego bajaba la vista, avergonzada, roja como un tomate, del color de las cerezas, porque siempre me dio vergüenza que me pillaras maravillada… No podía dejar de sonreír. Sentía esa paz que sólo sentía cuando estabas en mi vida y esas ganas de que el tiempo no pasara para no tener que separarnos, no tener que dejar de hablar…
Ha sonado el despertador. Notaba las mejillas tirantes de sonreír en sueños, pero se ha borrado en cuanto he abierto los ojos. No estás. Y lloro. Lloro cuando sueño contigo. Cuando admito que sólo era eso, un sueño, que fuiste, eres y serás un imposible. Y no hay más. No hay tú y yo. Debí suponerlo, ¿cómo íbamos a ser posibles? Tú tan… tú. Yo tan… nada. Pequeño e insignificante desastre encerrado en una coraza agrietada, ajada y oxidada por el salitre de las lágrimas. ¿Cómo íbamos a ser nada?
Es lo bonito de los sueños. Durante unas horas, todo es posible. Hasta volar. Hasta tú y yo…

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