viernes, 26 de febrero de 2016

Me gustas.


No me preguntes porqué, no lo sé. Sólo sé que esas dos palabras aparecieron un día ante mis ojos, como por arte de magia, como si antes no hubiera podido ver que era así, que me gustas.
No te asustes, no es una petición de matrimonio. Pero, ¿sabes? Me gustaría entrelazar nuestros dedos con disimulo, correr a escondernos a un rincón para matarnos a besos, que nos entre urgencia por volver a casa, por quedarnos solos...
Quizá sea porque me haces reír. Quizá tenga que ver que siempre tengas la palabra correcta. O que estés ahí para rescatarme cuando caigo, para creer en mí, para soportarme cuando ni yo misma me aguanto. No sé...
Tal vez sea la forma en que me miras. O la forma en que te miro. No sé, pero me gustas y no sé decirlo de otra manera. Puede que esté anticuada, que ya no se estile, pero nunca me importó no adaptarme a los nuevos tiempos, a esas modas que pretenden amar sin que lo parezca, que se esconden y se engañan diciendo que no llevan el corazón a cuestas. ¿A quién pretendo engañar si siempre he sido de las que pone el corazón en cada paso? Y contigo no iba a ser menos. Y ese pequeño músculo tonto, ese que tu dices que es muy grande, dice que le gustas.

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