viernes, 11 de marzo de 2016

A la mañana siguiente.




Abro los ojos y hago pastitas con la boca. Es involuntario. Gimoteo un poco, no me quiero levantar, siempre me parece demasiado temprano. Y remolonear me parece una idea tan apetecible si es contigo… Me giro para buscarte y noto el frío en tu lado de la cama. La casa no huele a café y tostadas ni se oye el sonido de la ducha. Sólo hay silencio y el ruido del tráfico atravesando los cristales. Miro el reloj para comprobar que no es tarde. Me cuesta salir de entre las mantas, fuera hace frío y sólo llevo una camiseta vieja que huele a ti. Busco por el piso una nota, algo, una pista de dónde estás, de por qué no estás. Pero no hay nada. Sólo silencio y frío donde anoche había caricias y risas. Las copas aún reposan sobre la encimera, a medias. No las acabamos, había cosas más interesantes que probar. Tus labios en los míos, por ejemplo. O el sabor de tu piel cuando desfilaba por ella besando, lamiendo, mordiendo… El de tu sexo en mi boca o el del mío bebido de la tuya. El aire se llenó de palabras pronunciadas a media voz, entre dientes, de jadeos y gemidos, del sonido de nuestras pieles en la oscuridad de la noche. Como si fuéramos furtivos escondiéndonos del mundo, protegidos por las sombras que dibujan las farolas al colarse por los agujeros de la persiana. Nuestros cuerpos dibujaron siluetas en las paredes, revolvieron las sábanas y deshicieron la cama. ¿Dónde estás?
Juego con el móvil entre las manos, debatiéndome entre mandarte un mensaje, tal vez llamarte, o esperar que seas tú quien lo haga, pero algo dentro me dice que no lo harás, que sólo he sido una estación de paso. Miro hacia el dormitorio, con la taza de café calentándome las manos y los pies helados por caminar descalza. Mi mente viaja unas horas al pasado y recuerda mi cabeza en tu pecho, nuestras respiraciones acompasándose. Los párpados pesan y nos quedamos dormidos. Sé que me muevo mucho. Mi madre decía que pobre del que compartiera colchón conmigo, por eso me gusta esta cama tan grande… Sé que me separo de tu cuerpo porque noto el frío de las sábanas, pero siento tu brazo bajo la almohada y tu mano buscando mi cintura para abrazarla. Escucho tu respiración y la siento en la nuca. Sé que farfullo en sueños y hago ruiditos al respirar. Mi hermana decía que parecía Darth Vader y que era imposible conciliar el sueño a mi lado, pero te siento ahí, detrás de mí, respirando. Y me dejo vencer por Morfeo. Vuelvo al presente, no recuerdo haberte escuchado marchar. Ni haber sentido un beso en mi sien antes de que salieras de mi casa.
No llega ningún mensaje. Ninguna llamada. Y me lanzo a hacerlo. Te llamo y no respondes. Te envío un wasap que no llega. Y lo intento, has cerrado otras vías de contacto. No lo entiendo. Cierro los ojos y me apoyo en la encimera. No entiendo nada. ¿Dónde quedaron los besos y las caricias? ¿Dónde están las palabras que dijimos, las promesas que hicimos? ¿Dónde estás? Mi mente divaga entre mil razones posibles, unas duelen más que otras, algunas reabren viejas heridas y despiertan inseguridades que había conseguido dormir. Seguramente abrieras los ojos y vieras la colección de estrías, le michelín sobre mi cadera y los hoyuelos que pueblan mis muslos. Y perdiera fuerza lo mucho que te gustaban mis rizos anoche, cuando enredabas tus dedos en ellos para atraerme a tu boca; o la forma en que tus dedos se clavaban en mi carne cuando me sujetabas para entrar más adentro; puede que mis labios entreabiertos al dormir no te resultaran tan sexys como anoche mientras recorrían tu abdomen y rodeaban tu polla… Por favor, que alguien calle a esa voz que me dice que, al despertar, sólo era yo y yo no soy suficiente… Por favor, dime porqué esto a la mañana siguiente…


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por leer.

Un café con Sara

Quedé con Vanessa en El Café de la Luz a las cinco. Llevaba semanas hablando con ella, preparando la cita para una de sus próximas visitas...