miércoles, 9 de diciembre de 2015

Con el corazón en la mano.



No lo sé, últimamente se me vuelan las horas del día sentada junto a una taza de café que, casi siempre, acaba quedándose fría mientras aporreo las teclas con cualquier estupidez que se me pase por la cabeza. Que si amor, que si heridas, que si corazas, que si cicatrices. Y a mí lo único que me apetece es sentarme en cualquier lugar que no sea este, junto a una taza de café que se quede fría porque me importa un carajo el café, porque mis manos vuelan sobre el teclado o dejan correr el bolígrafo por las hojas en blanco en un arrebato de inspiración de estos que hacen que no puedas levantarte hasta que el camarero se acerca y te dice que, por favor, vayas marchándote, que van a cerrar. Pero sólo se me ocurren gilipolleces, minucias, y es que si te saco de la ecuación, si dejo de pensar con el corazón, mis letras se resienten, se vacían y quedan desinfladas. No tienen sentido alguno. Son borrones de sentimientos que no pueden expresarse con palabras. Son miedos que tiemblan igual que mi mano cuando quiero forzarme a escribir algo coherente. Son esa canción que no termina de gustar. Esa tormenta que sólo deja el aire enrarecido. Y es que yo aprendí a escribir con el bolígrafo en una mano y el corazón en la otra, pero, claro, ahora al pobre le cuesta respirar y bastante tiene con acordarse de cómo hacerlo. No quiero hacerle pensar, la última vez casi se desangra y aún está cicatrizando. Se le saltan los puntos de sutura y tiene unas cicatrices horribles. Creo que, desde la última vez, ha envejecido cien años. Y, aún así, junto a esta taza de café que hace horas se quedó fría, me ha dicho que tiene ganas de volver a sentir, de volver a emocionarse, de correr hasta ahogarse, de revolucionar a las mariposas dormidas… Y yo, yo que no sé negarle nada, le he dejado pensar, le he prestado un bolígrafo y ahí está, desangrándose sobre una hoja en blanco mientras yo preparo otro café que volverá a quedarse frío.

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