viernes, 20 de noviembre de 2015
Besayúname...
Una mañana cualquiera, en una terraza cualquiera, en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera. Dos manos se entrelazan sobre una mesa. Las miro unas milésimas de segundo y mis ojos viajan hasta los tuyos. Oscuros, profundos. Me pierdo en ellos, me sumerjo. Y tu sonrisa torcida me despista un instante. Sueltas mi mano, sujetas tu taza y das un trago largo. Veo como sube y baja tu nuez al tragar y hasta ese gesto involuntario hace que se me revuelvan las ganas de besarte. Observo tus labios, como los relames para saborear el café y acallo las voces que gritan en mi cabeza que soy yo quien debería saborearlos.
Me concentro en mi taza y en los dibujos que la espuma forma al revolverla con la cucharilla antes de llevármela a los labios. Y me deleito en ese trago pensando que ese debe ser ahora el sabor de tus besos. Amargo, intenso. Retiro la espuma que se ha quedado pegada en mi labio superior con la lengua. No puedo pasar por alto como tus ojos recorren el mismo camino que ella. Tu rodilla empieza a temblar bajo la mesa. Adivino el bailoteo de tu pie, tu nervosismo y tus ganas, parejas a las mías. Tu boca me apetece como esa galletita que han colocado en el plato junto al azucarillo sin abrir. Me bebo mis ganas en otro trago y miro alrededor. En otra mesa, unas mujeres hablan en voz baja, se ríen y nos miran de reojo. Sigues mi mirada y escondes esa sonrisa tuya en la taza. Te imito y me da la risa. Y te da la risa. Y tus ojos brillan de esa forma que hace que me derrita por dentro, que me tiemblen hasta las pestañas y se me enciendan las mejillas. Y, entonces, te inclinas sobre la mesa y me susurras una palabra. Esa palabra. La que me robaste en su día y yo nunca pedí que me devolvieras. Me inclino sobre la mesa, a escasos centímetros de tu boca. No puedo dejar de mirar tus labios entreabiertos. Unos milímetros y sólo aliento entre nosotros. Las mujeres se han callado y ahora miran con descaro. Lo repites. Un murmullo inaudible. Rompes la distancia que nos separa. Bebo de tus labios amargos por el sabor del café, dulces por el sabor a ti. Mi sabor preferido del mundo. Nos separamos y miras con urgencia el reloj.
Nos quedan pocos minutos y media taza de café, pero preferimos seguir bebiendo de nuestras bocas. Ya habrá tiempo de pedir otro café, cargado y en vena, por favor.
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