Catorce
de febrero. Otro catorce de febrero. Otro día como todos. Otro día como tantos.
No sé que le ven de especial. No me cabe duda de que es un invento de los
grandes almacenes. San Valentín. Igual que el día del padre o el de Reyes.
Consumismo. Hace semanas que los escaparates se llenaron de corazones, flores y
peluches con estas dos palabras tan sobrevaloradas. “Te Quiero”. Te quieros por
todas partes. Como si se pudiera encerrar el amor en el último CD de Jamie
Cullum o lo más novedoso de Paulo Cohelo. Cómo si bastase con hacer un regalo
un día al año para querer a alguien.
Hoy
todo es más empalagoso que de costumbre. En la cafetería, una pareja se hacía
arrumacos antes de entregarse los regalos. En la oficina, a algún lumbrera se
le ha ocurrido la idea de celebrarlo enviándonos notas con piruletas en forma
de corazón. Como si fuera un instituto. Carlota, la despampanante secretaria
del jefe, coleccionaba unas cuantas antes del descanso. Mario, el becario,
saboreaba una mientras investigaba la letra de su nota en busca de su autora.
Por poner algún ejemplo. La redacción, aquella mañana, tenía un aire dulzón y
empalagoso. Las noticias importantes no tenían cabida en nuestros blogs. Sólo
sandeces sobre la historia del catorce de febrero, historias de amor tan
increíbles como inverosímiles y una sección de declaraciones de amor de la que,
por supuesto, me tocaba encargarme.
Otro
café. Este me costaría varias horas de sueño. Miré el calendario y conté con
los dedos los días que quedaban para mis esperadas vacaciones. Alguien había
rodeado el catorce con un corazón rojo. Uno. Dos. Tres. Respiré hondo. Los ojos
se me iban hacia el corazón con ganas de sacarlo de allí. Cuanto quisiera que
llegara ya el día veinte. Y escapar de aquello. De la rutina. De las prisas. De
las mismas caras. Las mismas palabras. Los mismos lugares. Huir. Perderme.
Perderme. Roma. Infinita. Diferente. Clásica. Lejana. Eterna...
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